Hace unos días los hijos de un
candidato a la presidencia anunciaron el retiro de su padre por un cuadro de
depresión.
El descalabro político que generó
tamaña noticia dio para horas de comentarios, entrevistas y opiniones en todos
los informativos. Y lo que repetían los actores políticos al unísono era el
apoyo casi incondicional al enfermo y su familia, deseos de pronta recuperación
y el tema político en sí (que resulta ser el trabajo de todos estos personajes)
quedaba postergado, porque lo que importa era la salud del excandidato. Y las
voces más preocupadas se referían a la complejidad y el compromiso de familia:
“porque las personas que han tenido a un familiar o amigo con esta enfermedad
saben lo difícil que es…”
Con esta afirmación se me vienen
dos reflexiones:
1. Cuando
alguien en el trabajo presenta un cuadro de depresión, no son precisamente
palabras de comprensión y de pronta recuperación las que decimos y escuchamos,
por el contrario, emitimos juicios en contra del enfermo: “se consiguió la
licencia para no trabajar”, “ahora va a trabajar en forma paralela en otra
actividad”, “éstas son unas vacaciones que se tomará”. Son los menos los que
efectivamente hacen causa común con la persona que presenta la enfermedad, y
por supuesto, éstos son los amigos más cercanos.
2. ¿Quién
de mis cercanos ha tenido depresión? Creo que mi memoria una vez más me
traiciona… ¿quién?, ¿quién?, ..Yo! si yo!, yo tuve depresión hace algunos años:
“Luego de la separación con el
fiambre, el alivio que vivimos todos en casa fue general, se terminaron los llantos,
el susto, los gritos y las malas palabras, entre otras cosas. La rutina y los
horarios del trabajo y de la escuela ayudaron mucho a enfrentar esa nueva vida
mis hijos, Gloria (la que era mi nana) y yo. A los dos años de ese hecho empecé
con insomnio grave, durmiendo 1 o 2 horas diarias, mi cuerpo empezó a
trastornar, subí mas de 12 kilos en 2 meses y luego bajé 8 kilos en 2 semanas,
todo esto comiendo lo mismo y fumando mucho. Pero lo que gatilló la visita al
doctor fue el desánimo, no quería levantarme (yo lo atribuía a que no dormía),
sentía que mi trabajo era inútil, que mis hijos crecían sin mi porque yo estaba
en el trabajo, sentía que en cualquier momento podía morir y mis hijos se
quedarían solos y en el peor de los casos se tendrían que ir a vivir con el
papá y era la partida de él lo que nos había traído la paz… era un pensar y
pensar de cosas negativas, de no ver salida… comenzaron las antidepresivos y
las pastillas para dormir. Los antidepresivos me mareaban y me daban náuseas,
así que a poco andar los dejé. Las pastillas para dormir me acompañaron mucho
tiempo y cuando las dosis aumentaron las dejé, esa fue otra batalla. Hasta que
me fui de vacaciones. No se dónde, ya no recuerdo, pero el hacerme cargo de los
niños sin la rutina de todos los días, sobreponerme a estar fuera de casa,
lejos de los que siempre me brindaron apoyo, hizo que reaccionara, que me diera
cuenta que yo podía sola con los niños y que mi vida era distinta y que mi
familia ahora eran mis hijos y yo. Eso duró casi un año”.
Y es verdad, la depresión está
muy cerca de nosotros y nuestro remedio es la familia y los cercanos que te
apoyan, y aunque a veces se está sin ellos es difícil, pero se puede.
Lo bueno será que después de este
debacle político que causó el excandidato, la depresión se considere como una enfermedad y no una excusa para
dejar de hacer o de flojear, porque todos podemos estar a las puertas de ésta
enfermedad.